El miedo. ¿Quién no lo ha sentido en alguna ocasión?. Tantos miedos posibles si se lo permitimos a la mente: el miedo a perder los seres queridos, a la crisis económica, a lo desconocido, al cambio, al fracaso e incluso el miedo más reciente a la gripe AH1N1.
Es cierto que el ser humano cuenta con un legado útil de instintos que le permiten evitar una amenaza y alertarse en situaciones estresantes si es necesario. Simultáneamente es también el ser humano el que se encuentra interpretando una y otra vez si un hecho le parece peligroso o amenazante. En la adultez el miedo puede ser producto de la ignorancia, de la falta de información o del intentar anticipar qué sucederá en el futuro. Con frecuencia se alimenta de experiencias dolorosas del pasado, quedando muchas veces la mente y las emociones atrapadas en el recuerdo de los momentos difíciles. Puede ser aprendido en la familia si el padre o la madre aún arrastran temores irresueltos de su propia historia. Inicialmente el niño y la niña no tiene cómo cuestionar las creencias de su familia, simplemente las aprende como parte de su proceso de socialización.

Teorema de Thomas. Ya en 1928 el sociólogo estadounidense Thomas (1873 – 1974) planteó su famoso teorema: “Si las personas definen las situaciones como reales, éstas son reales en sus consecuencias”. El cerebro procesa la información de la misma manera si el pensamiento en cual está concentrado la persona es cierto (si hay una evidencia concreta de por medio) o si se trata simplemente de una posibilidad, un recuerdo o una interpretación aprendida. Así, aquello en lo que pensamos y nos concentramos inmediatamente “cobra vida”, la forma en que interpretamos lo que nos sucede ya genera una experiencia, negativa o positiva según sea esa interpretación. Como en la tragedia griega Edipo Rey escrita por Sófocles, los pensamientos finalmente tienden a actuar como una profecía autocumplidora, predicciones que una vez hechas terminan irónicamente siendo en sí mismas las causas de que suceda la tragedia.
En las últimas décadas las neurociencias, la psicología cognitiva conductual y la hipnosis clínica entre otras disciplinas han hecho hincapié en cómo nuestros pensamientos e imágenes influyen nuestras emociones y nuestras conductas. Las investigaciones han demostrado que al pensar se libera una sustancia química y se enciende un “circuito” en el cerebro. Ese “circuito” crea una sustancia química que hace que nos sintamos de la misma forma como pensamos. Esto nos permite utilizar los pensamientos e imágenes positivamente, creando ya una sensación de bienestar y sembrando en la mente una profecía positiva que busca su comprobación y ejecución en la realidad. El reforzar pensamientos e imágenes positivas utilizando nuestra capacidad de visualizar permite que estos nuevos patrones neuronales se desarrollen y se activen más fácilmente. De esta forma se precipita un maravilloso proceso de reacondicionamiento a nivel neurológico, corporal y mental.

 

El reto. Vale la pena preguntarse: ¿Se ajustan nuestras creencias personales de una forma adecuada a la circunstancia de vida que estamos viviendo hoy en día?, ¿Estamos repitiendo interpretaciones y conclusiones de otros momentos?. Los adultos tenemos el reto de revisar si arrastramos miedos que tal vez fueron válidos en su momento pero que ya no hay necesidad de cargar. Procuremos identificar conscientemente qué tipo de creencias estamos inculcando a los niños y niñas. Tratemos de estimular la confianza, la tolerancia a los distintos puntos de vista con nuestro ejemplo. Asumamos responsabilidad de lo que pensamos en el presente y utilicemos creativamente nuestra valiosa capacidad interpretativa para modificar nuestras relaciones y conductas. Es esta capacidad interpretativa la que puede ayudarnos a experimentar las distintas circunstancias e imprevistos de la vida con valor y optimismo. Podemos aprender progresivamente a recordar sin dolor, a planificar pero con flexibilidad y sin preocupación. Escojamos qué recordar y qué olvidar. Aprendamos de Edipo y preguntémonos si realmente vale la pena o no creer en oráculos.

 

Transcripción de un artículo publicado en La Nación bajo el título "¿Quién dijo miedo?, 25 de Mayo del 2009.